Hace un par de semanas me acerqué un sábado por la mañana a ver jugar al equipo de prebenjamines de mi ahijado. Es su primer año en fútbol y le dio por apuntarse para jugar con amigos del cole. Esta historia podría ser la de cualquier equipo de su edad y si no es así debería.
Ganar o perder es lo que menos les importa, evidentemente quieren ganar, pero le dan muchísima menos importancia de lo que se piensa. Puede parecer difícil de entender para quien no esté acostumbrado a trabajar con niños, pero lo que más les llena es compartir la experiencia de jugar con sus amigos correteando por el verde y dándole patadas a un balón.
Les flipa ir uniformados como los profesionales y jugar contra niños que no conocen. Algunos acabarán coincidiendo en otras actividades como campamentos, campus, fiestas de pueblo o en algún viaje con su familia. Para la temporada que viene muchos volverán a enfrentarse, si no lo hacen en algún torneo de verano: ahí una de las ventajas ocultas que tienen estas “torturas” para los padres. Más allá de lo meramente futbolístico siempre hay tiempo entre partidos vital para que se puedan relacionar con otros equipos. Niños como ellos que podrían convertirse en sus amigos e incluso llegar a compartir camiseta o otra actividad en un futuro. Muchas veces no nos damos cuenta de estos pequeños detalles y solo los llevamos al partido que les toca, sin darles la oportunidad de tener estas vivencias tan enriquecedoras.
El brazalete les chifla, saben que si lo llevan son el capitán y eso es lo más, será lo primero que cuenten a llegar a casa. Por eso la importancia de rotar el privilegio y aprovecharlo para premiar con ello, independientemente del liderazgo que tenga cada uno. Por favor, son niños de 6 años, es una oportunidad de oro para enseñarles a compartir y educarlos en que el trabajo tiene recompensa. No los amarguemos, ellos saben perfectamente quien es el líder, un líder al que moldearemos sin brazalete para que sea en un futuro el mejor capitán posible.
A algunos les da vergüenza que les animen desde la grada y otros se motivan. Les encanta que la gente que quieren los vayan a ver siempre aunque no lo digan. No les gustan las discusiones, ni las protestas, ni los insultos, de hecho se avergüenzan de ello. Se olvidan del balón si hay un rival lastimado en el suelo y le ayudan a levantarse.
La espontaneidad y frescura de niños de 6 años jugando a la pelota es entrañable. Un juego todavía sin contaminar tanto en lo futbolístico como en lo humano. Regates, celebraciones y alegría como si cada gol fuese una victoria, independientemente del resultado.
Uno de los problemas que hay hoy en día es que cada vez es más habitual que el entorno se cargue esta atmósfera. Pero no era el día: los dos equipos ejemplares. Ni una mala palabra desde la grada, todo ánimo y ni una protesta a un árbitro que tenía unos 12 años y todavía no se encontraba cómodo con el reglamento.
Se respiraba el aire de esos partidos que jugábamos de pequeños en la calle, sin luz y sin porterías donde lo más importante era disfrutar. Dábamos rienda suelta a nuestra imaginación sintiéndonos como si estuviésemos jugando la final del mundial desde el callejón o una plaza.
¿El resultado? Ni me acuerdo, creo que ganaron pero el marcador era lo de menos. Hay esperanza para el fútbol si no nos lo cargamos: un partido de niños no es la final de la Champions.
Espero que os haya gustado. Creo sinceramente que para niños en edades tan tempranas lo más importante para ellos es jugar con amigos.
De vez en cuando puede que vuelva a compartir mis aventuras con el teclado cuando lo crea oportuno. Podéis dejar comentarios como siempre y seguirme en las redes sociales o suscribiros a mi canal de youtube para el que tengo pensadas algunas ideas pero todavía no he podido desarrollar el contenido. Gracias por leerme.